jueves, 2 de abril de 2020

Ella y el cantante de rock.





ELLA Y EL CANTANTE DE ROCK

Cuento de Vicky Rego 

Estaba enamorada del cantante de rock con toda la fuerza de sus hormonas, la adicción a la belleza y la embriaguez del olfato. Èl decía que ella era el amor de su vida, esa resquebrajada y siempre en erupción que tenía.
Juntos, se olvidaban de sus diferencias. Nunca te mueras sin decirme a dónde vas, si me dejás me mato, te seguiría al fin del mundo — se repetían. O no, pero lo pensaban mientras el éxtasis del sexo los hacía amar como sólo se ama una vez.
Él y su banda estaban metidos en algo oscuro. Ella sospechaba que, cuando desaparecía unos días era porque lo habían vuelto a detener. Por tenencia de drogas, o porque, borracho hasta perder la consciencia se había mandado alguna macana. Pero resurgía de las cenizas y volvía a cantar hasta hacer explotar el estadio. Y era ella a quien ios, su casa que alquila hace cuube al auto.tencia de la vida va decreciendo, la pasi, sus remedios, su casa que alquila hace cuél miraba y con quien se iba después. Salvo que estuviera muy pasado de estimulantes, entonces optaba por sus amigos. Ella prefería no presenciar su decadencia.
El poder de  seducción de él no distinguía sexo ni edad.
Un día él le dijo que iban a tener que escapar, la cosa se había puesto muy jodida. No  le dio explicaciones para no involucrarla. Era el momento de jugarse juntos. Sería una nueva aventura: llevarse lo puesto, despojarse de todo, dormir debajo de un puente sobre bolsas de arpillera, para hacerse pasar por linyeras. Por un tiempo iban a estar seguros. Cuando ya no los buscaran, otro país les abriría las puertas para volver a empezar. Prometió seguirlo.
Se imaginó  arriba de esas bolsas ásperas, sin poder bañarse, los olores, la falta de intimidad. 
Un martes, tal vez después de pensarlo mucho un lunes, le escribió una carta: él era el amor de su vida, pero no tenía coraje para vivir así. Siempre lo iba a esperar. La puso en un sobre, se la dejó y se fue a trabajar. El jueves era el día D. El miércoles, cuando estaba en su casa, a punto de dormirse, oyó la voz de él. Se asomó por la ventana y lo vio. La luna iluminaba su carrera a través de la calle vacía. Iba casi desnudo, con una tanga roja, gritando,  con la carta del martes en la mano. Ella bajó , lo llevó a su cuarto, lo cubrió, lo abrazó y, después de hacer el amor hasta no poder pensar, le volvió a prometer que no lo iba a dejar.
El jueves a la tarde, en el hotel donde  la banda se hospedaba,  esperaban juntos que el baño se liberara para ducharse por última vez, a lo mejor en meses. Ella, deteniendo el tiempo, le besaba la espalda. Fue oliéndolo hasta agotar el perfume de su piel, bajó hasta sus glúteos,  siempre jóvenes a pesar del paso del tiempo, no dejó centímetro de sus piernas sin la caricia de sus labios. Él la besó y entró apurado a la ducha. Ella se demoró en seguirlo.
Se preparó para escapar. Buscó el resto de sus cosas. Un impulso la hizo acercarse al baño. Él corrió la cortina y la miró con desconfianza. Ella temió por él sin sus cuidados. Volvió al cuarto.
Encontró ahí a  la empleada de su casa, quien le anunció  que su hermana  la estaba esperando para llevársela.  Obedeció.  Metió todo lo que pudo en el bolso. No cerraba. Salieron del hotel, debajo de una lluvia torrencial. Le causaron gracia los zapatos blancos, de tacón, de su hermana. Casi no podía caminar con ellos. Después de correr unas cuadras, llegaron donde el auto estaba estacionado. 

Él la quiere joven. Ella quiere a su perro, su biblioteca llena de libros, sus cosméticos,  sus objetos, su casa que alquila hace años. Mientras corre, siente que algo se va apagando, que la potencia de la vida va decreciendo, y que la pasión del amor deja de atraerla.
Sin mirar atrás, sube al auto.


jueves, 28 de julio de 2016

Pierre

PIerre en un adolescente de 91 años.  Filósofo, francés, con un inteligente sentido del humor, mochila de teen ager y equilibrio de noventa décadas ( se bambolea al caminar)   Pierre es mi paciente desde hace años. Su "compañera de vida" como él la diferencia de su mujer quien falleció hace unos años, Nicole, es su amiga y comparten una vida muy independiente.
Mi segundo idioma es el francés. Pero nunca tengo con quien hablarlo. Y me inhibe hacerlo porque me exijo una perfección que no pretendo en otras lenguas. Por eso cuando Pierre y Nicole vienen a mi consultorio les hablo en español.
Hoy entre ellos hablaban en francés y me atreví a meterme en su conversación y en su idioma. Nicole alabó mi francés. Yo sabía que era un cumplido porque caí en varios errores.  Pero hablamos de literatura, de gramática, del francés moderno y el del siglo XIX que es el que más leo.
Nicole me ofreció que fuera a su casa, que está a dos cuadras de la mía, para que conversáramos en francés, de literatura y de los temas que nos gustan.
Mientras, le tomé las impresiones del oído a Pierre, que es muy sensible y todo lo impresiona. Cuando le puse la pasta en el oído se puso a cantar  y se movía.
- Ne bougez pas, ne bougez pas! Le decía Nicole.
Yo me reí mucho. Y le decía, en francés, que el problema era que él cantaba y bailaba.
Pierre dijo:
- ¡Cuanto hacia que nadie se reía tanto de lo que yo hago! . ¿ Cuando vas  a venir a casa, Vicky?

martes, 24 de mayo de 2016

Planchar

Desde que Mr Carson planchaba los diarios para que el conde de Grantham, en Downton Abbey,  no se ensuciara las  manos al leerlos, hasta hoy, no se avanzó un milímetro. Filosóficamente hablando.
Claro, ya no hay que calentar la plancha sobre el fuego, ni ponerles carbón ardiente. Ahora tienen dispositivos que regulan el vapor, termostato, control antiquemado, control gasto de energía, pero nada evita el fondo de la cuestión.
Pongamos por ejemplo un piyama de esos camiseros, que compramos para el día del padre cuando ya no sabemos qué regalar. O a los chicos porque nos parecen "de señor". Para plancharlos se usa el mismo método que para una camisa de vestir: primero el cuello del lado del revés, después del derecho, cuidando deslizar la punta de la plancha desde  el vértice del cuello hacia adentro. También están los puños si es de manga larga, que como son de doble tela suelen arrugarse de un lado cuando planchamos el otro. Tienen bolsillos, ojales que están hechos sobre el género en doblez. Para que queden perfectos, le dedicamos unos diez minutos. 
 Lo mejor es que lo planche siempre la empleada porque si la mujer se tiene que acostar y presenciar la escena del marido metiéndose en la cama con ese traje impecablemente planchado por ella, arropándose con el edredón, a lo mejor intentando abrazarla o decidido a descansar en posición fetal, puede llegar a sacárselo a los tirones, ponerse a gritar y prohibirle que lo use nunca más. Sólo cuando haya una ocasión muy especial:  un casamiento, o el domingo para ir a Misa. 
Usar traje con camisa y corbata para ir a trabajar es tan incomprensible como usar redingote o corset. 
El esmero en planchar la camisa es superior al del piyama por supuesto y hay géneros rebeldes: planchamos la charretera y se arruga la espalda, planchamos el puño y se arruga la manga. Todo para que después se pongan la corbata, el saco y de la camisa sólo se vea el cuello, que se estropeó mientras nos esmerábamos con la pechera. 
¿Y hay algo más ridículo que planchar un calzoncillo de tela?
Siempre que leemos sobre la historia de la humanidad llegamos a la conclusión de que todo sigue igual: la ambición por el poder, las guerras, el egoísmo del hombre. 
Misma conclusión con la plancha: el avance es sólo tecnológico pero detrás está siempre el servilismo puesto al servicio de la insensatez.

domingo, 22 de mayo de 2016

Mi vida en prendas

Cuando me visto y pienso en la que voy a ser dentro de ese vestido, estoy fundiéndome en una prenda para ser ella. Juntas dejamos un rastro imborrable. Somos una. Un par de zapatos, un pantalón con el que nos sentimos seguras, un buen sombrero, nos puede cambiar la noche. O el día, o tal vez, según el efecto producido, el rumbo de una vida.
Como ese viejo jean de corderoy lila que encontré hoy en el baúl de ropa que no uso. Añoré la que fui el día que me lo puse. Será una frivolidad responsabilizar a un pantalón, pero tal vez, sin él, habría dudado,  mi capacidad de seducción bajado algunos puntos, y la vida habría seguido su inercia esperada.
O ese que encontré una mañana de domingo en el Rastro de Madrid.  También envidié a esa otra yo, feliz, bajo una llovizna que apuraba a decidir y lo compré, en un impulso, sin probármelo.
Me puse el sombrero verde que usé aquella noche para ir al teatro y no pude rescatarme. Me había ido confundida en el fieltro de su olvido.
Pagaría un alto precio en años por ser la que tenía puesto ese sacón gris cuando lo conocí en Paris.
Hoy, en el otoño de mi vida, soy otra. Otros trapos me harán jugar nuevos roles.
Y sin embargo soy ellas. Todas.
Vuelvo a cerrar el baúl, bien fuerte, para que no se escapen y dejen un poco de lugar para nuevas historias.

sábado, 16 de abril de 2016

Nostalgia equivocada.


Escucha hoy un tema de Henri Salvador e inmediatamente le viene a la memoria esa cena a la luz de una vela, ese encuentro de miradas. Ella diciendo:

- ¡Escuchá!
- ¿Qué?
- Este tema… ¿cómo se llama él? Henri … me fascina, es viejo, creo que vive en Martinica. ¿Lo ubicás?
- No.
. ¡Si! Henri Salvador!,  y el tema, pará, hagamos silencio.

El vino, la situación y Henri cantando "Ma chère et tendre" hacen que la situación sea, para ella,  única.

Él adora su entusiasmo, la mira enamorado. Ella le empieza a contar el conflicto del hijo de Henri que nunca fue aceptado por su padre. Y se pierde en disquisiciones acerca de que
es mejor separar la vida privada para disfrutar al artista.
Él emite alguna opinión. Sigue la conversación, pero piensa en que tiene ganas de abrazarla. No escucha a Henri. Posiblemente no lo reconozca si lo oye alguna vez. No registró ni el nombre. Y esa situación pasa a su olvido.

La nostalgia que le produce hoy el tema de Henri, no es nostalgia de él, es nostalgia de ella misma cuando inspiraba ese amor en él.




domingo, 21 de febrero de 2016

Como ella

Si mi color de pelo fuera el real. Si dejara de esforzarme por retener lo que ya se fue. Si estuviera realmente orgullosa de mis años, tanto que ni siquiera me interesara decirlo ni mostrarlo porque metiéndome en mi interior ya bastaría para estar plena. Si le diera a la literatura el lugar que se ganó entre mis intereses. Si no me desesperara por hacer que el día rindiera setenta y dos horas, si me pudiera reír de la perfección, si entendiera de una vez por todas que el esfuerzo me desgasta y no me hace más sonriente. Si me diera cuenta de que no voy a vivir más yendo a mil hasta mi no lejano último día. Si pudiera relajarme de verdad hasta que mi cara no delatara mi estrés y mi intolerancia. Si aprendiera a respetarme tal como soy, teniéndole paciencia a mi cansancio, a mi progresiva lentitud, a mis olvidos, si  tomara con humor mis intolerancias, si aprendiera a no depender de la opinión de los demás, si me sintiera segura aunque me quisieran menos por no ser perfecta, por no poder cumplir con todos, si me perdonara y me permitiera ser yo misma, tal vez sería como ella.
Hoy cuando la vi en un bar, me habría gustado que fuese un espejo.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Rocky




Rocky era un pez que vivía en un reino muy pequeñito. Él era el rey, el emperador y el súbdito.
Como Rocky nunca había visto un océano de verdad, él pensaba que sus dominios eran inmensos.
No tenía que luchar por conseguir comida porque de vez en cuando le caía del cielo. Entonces se divertía persiguiendo esas láminas deliciosas que lo llenaban de energía.
Paseaba por sus bosques de plástico y nadaba sin miedo. No había ningún pez más grande que se lo quisiera comer.
Rocky se sentía un delfín y un tiburón, una ballena y una mojarrita.
Tenía un castillo con forma de barril donde le gustaba instalarse a meditar.
Rocky no sabía lo que era enojarse, ni asustarse, ni ponerse nervioso.
Tampoco se reía mucho.
Pero con la paz le alcanzaba para ser feliz.

Un día, un ligero temblor lo sobresaltó.
Su reino entero empezó a moverse, cada vez más fuerte. Unas olas inmensas desenterraron su castillo del fondo del mar y empezó a flotar sin rumbo. Los árboles de plástico fueron arrancados por el maremoto, las piedras del fondo empezaron a rodar y Rocky, que nunca había leído la Biblia, pensó en el fin del mundo.

Cuando vino la calma, Rocky no se dio cuenta porque estaba desmayado en el fondo del océano.

Su dueña, que había trasladado la pecera a otra casa para salvarlo de los tóxicos de una fumigación, pensó que había muerto.
Lo lloró desconsoladamente unos minutos y después pensó en enterrarlo junto a su flor más querida.
Metió la mano en el mar de Rocky, lo agarró y lo tuvo unos segundos en su palma, despidiéndolo.
De pronto, vio que su pancita se movía rítmicamente. Se inflaba y desinflaba...
Y que movía un ojo.
Rápidamente lo tiró de nuevo en el océano.
Le tiró unas láminas de comida y Rocky aleteó.

Tardó unos días en recuperarse.
Cuando se despertó, había olvidado todo.
Y volvió a nadar feliz por su reino infinito.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Equilibrio y la hora de las estupideces


- ¿ Y a qué se debe tu preocupación por todo, tu estrés?
- No sé, todo me saca de mi eje, me pasa algo físico, tiemblo cuando dos personas están en conflicto, cuando me pongo nerviosa por cualquier cosa.
- Y está bien que estén en conflicto
- ¿Te parece? Si son de mi familia, me destrozo.
- ¿Y, por qué? Fijate las tormentas, son necesarias, la naturaleza está en perfecto equilibrio, vos pensabas lavar el auto, o hacer un asado y se larga a llover. Está bien, entonces hacé pizza. O ravioles.  Si hay un conflicto es porque era necesario para que los enemistados aprendan. Ya vendrá la reconciliación.  Si son tus hijos, sólo miralos, no tenés que hacer nada. Déjate llevar. La vida es un péndulo, siempre en equilibrio, siempre va para un lado y vuelve para otro. ¿Una inundación? Está bien. ¿Un accidente? Tendría que ser. Nada depende de vos. Vos siempre para donde sopla la corriente. Adaptate y pensé que nada depende de vos. ¿La corrupción, los delitos, los gobiernos? Habrá que esperar que el péndulo llegue a un extremo para que vuelva.
- Coincido, y mi cabeza lo razona así. Pero ¿vos podés aplicarlo? ¿De verdad vivís de esa manera?
- Si. La cabeza hay que usarla lo mínimo indispensable. Es el peor enemigo. Y una parte insignificante de todo nuestro ser. Hay todo un organismo que funciona sin que vos pienses. ¿Tenés idea de cómo hacés para digerir, de cómo funciona tu corazón, del trabajo que hacen tus pulmones? Es perfecto. sólo lo estropeas cuando pensás. El problema es que queremos que las cosas salgan de determinada manera. Que un hijo haga esto o lo otro. Que se lleven bien, que no llueva porque no te conviene, que en el trabajo las cosas no salgan como vos querés. Te estresas y toda tu máquina tan perfecta empieza a funcionar mal. Dejá de pensar y vas a vivir sana.
- Te repito: ¿vos podés?
- Totalmente, yo pienso acá porque es mi trabajo, pero cuando llego a mi casa se terminó. Hago todo lo que la máquina quiere.  Claro, cuando tengo que arrancar al día siguiente,  este quiere seguir durmiendo, tengo que sacudirlo, empujarlo, llenarlo de tazas de café para ponerlo en acción. Y pensará: ¿Pero que le pasa a este imbécil, no se da cuenta de que necesito descansar, de que no tengo ganas? Y se resiste. A veces hay que obligarlo, pero en cuanto deja de ser imprescindible, lo suelto.  ¿Sabés qué pasa? Desde que nacemos nos ponen un chip lleno de preconceptos y conductas que aprendemos. Nosotros se las transmitimos a nuestros hijos. Porque un poco hay que hacerlo, para que vivan en sociedad. Pero ya basta, se terminaron las reglas. Llegó el momento de hacer estupideces. Ponete a hacer estupideces ya mismo. Olvidate de ponerle fichas al auto. Uy , se lo llevó la grúa, qué pena. Reíte de tus estupideces. No más controles, no quieras ser perfecta, no sirve para nada.
- Tengo miedo de ser una vieja estúpida…
- Te lo mereces, si lo disfrutás. Te pasaste toda la vida cumpliendo reglas. Entendeme: ni una regla tenés que cumplir más…


¿Diálogo con un padre? ¿con un maestro espiritual? ¿con un psicólogo?
No, con mi ginecólogo
Casi me olvidé de para qué había ido. Él también.

lunes, 6 de octubre de 2014

Un impasse en el amor

Traducido del francés . Diálogo con Pascal Quignard, mi último flash amoroso.



- Ayer morías por mí…
- Muero, Pascal, muero. Pero es tal la intensidad, que me encandila
- Sumergíte conmigo en lo invisible
- Es que justamente, estoy encandilada por tu sombra errante, necesito mi espacio, verme
- Te presto mi mirada
- Me intimida
- ¿Te atemoriza la muerte? Sin embargo la vecindad con la muerte puede ser más viva que una vida consagrada a escapar de ella.
- Me atrae la idea, pero necesito escapar en una historia, una ficción, una novela
- Tengo una para contarte: un pescador viudo sale de su casa y se encuentra con su mujer muerta, la sigue y le pregunta si aún lo ama…ella le dice que no...
- A veces no se puede amar igual después de la muerte,  no quiero pasar la barrera. Necesito tiempo.
- El tiempo es un invento humano, no existe
- Mejor, así nos reencontraremos y será un hoy, real.
- Todas las vidas son falsas…
- Por eso, Pascal, necesito una narración, es lo único que está vivo, son tus palabras, no las mías...
- Y te la estaba dando…
- Para llevarme a tus sombras. Errantes. Adiós Pascal, hasta que la relatividad del tiempo lo decida. Te dejo por mi próxima novela

lunes, 14 de julio de 2014

El valor de la insignificancia



Muy influenciada por "le maître" y su "Fête de l´insignifiance", cruzo el río en barco, de vuelta a Buenos Aires, subrayando el libro.  Una voz de hombre muy próxima, interrumpe mi concentración. Me saca de los detalles imperdibles que quiero retener.  Levanto la cabeza y, pasillo de por medio, veo al inoportuno:  un señor mayor -así lo habría llamado yo hace unas décadas- con el diario en la mano, le  lee a su mujer, sentada a su lado, una nota sobre  la final del Mundial de Football. Ella, con su Iphone entre las dos manos, sonríe en silencio. Ni un comentario. Ni una interrupción. El continúa, se detiene de tanto en tanto para formular una pregunta… ¿al periodista que escribió la nota?  Y él mismo se encarga de responder. Ella calla,  la cara radiante. Sus dedos pulgares tienen la velocidad de la luz.  De pronto él, sin darse cuenta, lee unos segundos para adentro. Ella no reclama que continúe. Yo aprovecho y vuelvo a mi libro, retomo un párrafo y me doy cuenta de que la idea esencial se me había escapado. De golpe la voz grave del cada vez más orgulloso lector resurge. Nadie lo contradice , nadie le cuestiona nada. Se siente entretenido, acompañado, su situación es ideal.  Ella feliz con su teléfono. Yo furiosa. Hago un esfuerzo para no decirle que a nadie le interesa su lectura más que a él y que para eso, hay un método ideal: leer en silencio, que su mujer igual va a seguir en su mundo y el resto de los pasajeros agradecidos. Me tapo un oído y con la otra mano sigo sosteniendo el libro. No sirve, claro. Lo odio.
Renuncio a mi lectura y me detengo a analizarlos. Lo que ella sabe hacer, seguro que naturalmente, es descartar todo lo que entra en sus oídos carente de interés y pasarlo a  nivel inconsciente. Para disfrutar de lo que realmente le interesa. Y él, no necesita que nadie lo escuche, le gusta leer en voz alta, discutir con el periodista, responderle y darse siempre la razón a sí mismo. Le molestaría tremendamente que ella hablara o lo interrumpiera. No la necesita.
De eso se trata  la insignificancia. Aprender a quererla es un arte. Indispensable para una existencia feliz. "No es posible cambiar este mundo, ni reformarlo, ni detener su desgraciada carrera hacia adelante. Sólo hay una resistencia posible: no tomárselo en serio" Salut, Milan! 

domingo, 23 de marzo de 2014

Peligro, cincuentona de buena posición a la mesa


Perdón que la ilustración no sea exacta. No era él. Era ella. Una señora que pasó hace muchos los cincuenta. De las que luchan con el paso del tiempo. Rubia, pelo largo. Saquito atigrado. Sandalias con enormes plataformas. Anillos. Rolex.  Marido, en los sesenta, con gorra con visera y  remera rosa Lacoste. Almorzando frente al mar. En José Ignacio.
Nuestra mesa le daba la espalda al lateral de la de ellos. Que además estaba un escalón más arriba. La señora luchaba denodadamente con una corvina - pesca del día- a la parrilla. Atacaba con el cuatridente en alto. Se metía un bocado en su trompa prominente. Mientras, seguía la conversación con su pareja haciendo ademanes con el cuatridente en alto. Para aseverar más sus ideas, gesticulaba también con el cuchillo. Percibí el peligro y me puse de costado. El cuatridente casi se mete en mi pelo. Tomé distancia. La miré. Imaginé su auto, acorde con su vestimenta. El lugar adonde se dirigiría después de almorzar. Imaginé sus exigencias a la hora de conseguir el candidato para su hija mujer. Sus pretensiones como ciudadana, como socia de un club, el esmero que habrá puesto en el momento de seleccionar hace años el colegio para sus hijos. Y me volví a alejar para evitar que un pedazo de corvina viniera a parar a mi plato. Me distraje de mi ensoñamiento cuando vi que la señora estaba en problemas. Una espina se había metido entre sus dientes y con sus impecables uñas de su índice y su pulgar, recién esmaltadas de fucsia,   libraba una batalla campal para extraerla de entre sus molares. Sin dejar de discutir con su marido una idea que no pude acabar de entender. No porque no pudiera oírla, sino porque me desconcentraban el manejo de sus armas de mesa y su conflicto con el esqueleto del pez. Me fui alejando cada vez más hasta asegurarme de estar a salvo.
Mientras masticaba, sus cubiertos seguían en alto. Los codos apoyados sobre la mesa.
Cuando pidieron el café, me relajé.
Tenía el teléfono listo para sacarle foto. No a su cara, por supuesto, pero sí a sus manos con los cubiertos en alto. O tal vez filmarla. Pero mi marido se puso incómodo y desistí.

lunes, 10 de febrero de 2014

Escuchá mamá, creo que te equivocaste

No hay nada mejor que poder decirle a la madre -o al padre-, antes de que ya no nos pueda escuchar, el mal que nos hizo. Porque siempre hay algo. Hasta el padre más ejemplar, hasta la madre de los tangos cometen errores. Ese castigo injusto, ese descontrol que terminó en una paliza, algunos egoísmos -porque a veces hay que crecer junto con los hijos y el impulso de vivir choca con la necesidad de entrega-las ausencias, la sobreprotección, la falta de confianza, la frialdad. Las peleas entre los padres. Desigualdad con los hermanos. La exigencia desmedida.
Ser padres es difícil y tiene razón de ser.  La imagen de un padre perfecto es intolerable. No hay con que darle.  Su hija nunca encontrará un hombre que lo iguale. Y para el hijo es un ejemplo demasiado alto a seguir. Porque en algún momento hay que cortar, desprenderse y decir : yo no voy a ser como ella, soy distinta, eso sí que no lo voy a hacer con mis hijos. O jamás seré médico como mi padre, o si lo soy voy a actuar totalmente distinto. Necesitamos los errores de los padres para sentir que podemos superarlos. O simplemente que tengamos el impulso enriquecedor de ser diferentes.
Yo nunca le podría haber tirado a Guadalupe, mi madre, todas las cosas que me molestaron de ella, menos todavía lo mal que me hacía su tristeza, su posición de víctima. Se habría muerto en el acto, o habría hecho un escándalo tan grande que el diálogo no se podría haber llevado a cabo.
Porque cuando un hijo nos hace el reclamo hay que tomarlo con tranquilidad, no defender lo indefendible, a lo mejor explicar la circunstancia que nos llevó a obrar así, para poder comprendernos un poco a nosotras mismas. Para no vivirlo con culpa, siempre convencidos que lo amamos infinitamente. Porque si nos perdonamos podremos ser viejos felices y no joder a nuestros hijos con nuestras culpas.
Cuando ese diálogo se produce, pasa algo mágico. La distancia con el hijo se hace chiquita, caemos del ridículo pedestal en el que nos había puesto cuando era un niño, él puede subir un poco, igualarnos, superarnos. Y volar. Con toda la fuerza de nuestras equivocaciones y de nuestro amor.
En ese momento nuestra misión está cumplida. Se ha formado un adulto que se sobrepuso a nuestros errores y que tuvo el valor para enfrentarnos. Al escucharlo y entenderlo  se sintió muy querido y muy cerca. Más no podemos darle.
Cuando iba leyendo "Carta al padre" de Kafka, pensaba que bueno pero que bueno que pudo decirle todo eso, aunque sea escribiéndolo ya que no se animó nunca a enfrentarlo. Un padre tan desvalorizante, tan imposible de sobrellevar que lo hacía sentir de verdad un insecto. Bien Franz, bien,  pensaba. Y trataba de imaginarme a semejante señor leyendo lo que al fin, ese hijo tan talentoso, se había animado a plantearle.  Así, tan claro, tan bien analizado.
Después me enteré de que, lamentablemente, su padre nunca lo leyó.
Igual pienso que le debe haber hecho bien a Franz escribirlo. Sin siquiera tener intención de publicarlo. Porque escribir es poner en un papel -o en una compu- cosas que si llevamos encima nos empiezan a quedar incómodas. Sin embargo,  una vez transformadas en palabras, en historias, nos ponemos livianos y le hacemos más lugar a la imaginación y a la felicidad.

domingo, 12 de enero de 2014

¿Diálogo?

- Sabés lo que estaba pensando hoy? que hace mucho que no vamos a la costa
- Tendríamos que ir en auto, pero pensé que si lo cambio, no me va a quedar resto para...
-  El resto del día estuve leyendo.  Flaubert, lo descubro de nuevo porque cuando lo leí hace mucho no me daba cuenta de que…
. Yo leí en el diario hoy que se va todo a parar a la mierda…
- Una mierda es lo que hay en todas las radios. Yo estoy escuchando FM SKY,  lástima que algunos temas no son originales.
- Yo superé mi récord original:  corrí 10km hoy!! y no sabés qué calor hacía
- Con este calor, no me banco mas a Susana, se lo dije…
- Yo  también se lo dije, a Raúl, creo que entendió que no podíamos trabajar juntos
. Yo no voy a trabajar mañana, quiero aprovechar para hacer trámites.
- Hay que hacer los trámites, hablaste con tu vieja por lo del departamento?
- No, mañana  la llamo, después de hacer los trámites porque no se si me va a dar el tiempo
- Yo no se si voy a tener tiempo para correr mañana, tengo que empezar desde temprano con los franceses que vienen a las 8am
- Hace mucho que no hablo en francés, debería encontrar con quien hablar.
- Hablale a tu vieja, si no le va a dar el departamento a tu hermano
- No me gusta vivir en departamento, me siento encerrada
- El que va a quedar encerrado para toda la vida es el portero ese, que parece que mató a la pendeja, no más.
- Hablando de pendeja, tu hermana, cuantos años se cree que tiene?
- Hablaste con mi hermana?


domingo, 5 de enero de 2014

"De" o "no de", esa es la cuestión





- No,  al final no vino. Dijo de que se le había hecho tarde porque tuvo que ir de José, el primo ese que vive en Italia.
- ¿Cual?¿ ese tan divertido? Ah, ¡pero con ese la pasa de diez! Podés esperarlo sentada si está con él. 
- ¿Vos decís que mintió, que ya tenía pensado no venir? Es muy raro porque él no es de hacer esas cosas.


Y ahí va el "de" cada vez metiéndose más donde no le corresponde. Tal vez con la intención de economizar palabras. Porque claro, que una persona sea o no de hacer algunas cosas es más rápido que decir que acostumbra o no a hacerlas. Ir al consultorio del médico o ir a lo del médico es un derroche comparado con el italiano  "ir del doctor".
Pero si se ahorrara esta preposición después de enunciar lo que dijo alguien, no estaría mal, sobretodo los periodistas a quienes les encanta ponerla - junto con el que-  después de confesar, decir, anunciar, investigar y tantos otros verbos que no la necesitan. Es más, la rechazan, hacen mal al oído.

Y después están los que tienen terror de usarla mal y entonces deciden suprimirla. Basta de "des", como en francés. Preferible caer en un galicismo que usarla de más. Y entonces dicen

- Se encargó que viniera (en lugar de se encargó de que viniera)
- Se dio cuenta que se había equivocado ( en lugar de se dio cuenta de que se había equivocado)

Ya me dirán muchos que los idiomas están vivos, que no son lenguas muertas como el latín o el griego que nadie los habla. Lo que pasa es que esa vida que tienen es siempre para empobrecer, para aceptar errores, asumirlos e incorporarlos. Si se pronuncia mal una "p" o una "b" antes de la "s" mejor la suprimimos y listo. En el uso de una lengua hay  mucha lógica, que ayuda a razonar, a pensar y si nos rendimos frente al que no la tiene, vamos para atrás.

Eso pienso cuando escucho hablar cada vez con más errores. Y los corrijo mentalmente. Creo que me voy a intoxicar







miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nostalgia

Desde chica la alegría de la Navidad se me mezcló con una tristeza chiquita, lejana, culposa, que hacía un poco ilegal la euforia por los regalos, el derecho a divertirse en la Nochebuena como eso, como la noche "más buena".  El gesto de llanto contenido de mi madre nos recordaba que no se podía ser felices del todo, hasta ahí nomás. Ulpiano, nuestro papá, no estaba, y sin él, no había felicidad completa.
Pasaron los años y siempre alguna ausencia prolongaba ese sentimiento de nostalgia que enturbiaba la alegría del festejo del nacimiento de Jesús. Y no sólo porque se fueron muriendo otros, a veces el ausente estaba vivito y coleando pero en otra ciudad o festejando con amigos. Suficiente para que se instalara ese nudo en el estómago, que se derramara una lágrima en el momento del brindis o que el abrazo con quien se compartía la tristeza se prolongara un poco más.
Después vino la ramificación de la familia. Porque claro, los hijos se casan, hay maridos, mujeres que a su vez tienen padres, hermanos… y la cosa se complica. Hay que elegir con quien festejar. Y llorar a escondidas por los que no están, por la familia tan unida de antes que ahora es sólo una raíz que nos sostiene. Sabemos que aunque un año se optara por volver al tronco y festejar como antes, no sería igual. Y ese es el verdadero motivo de la nostalgia: no se puede recuperar lo que ya pasó.
El que se fue para siempre, se fue. Sólo está en nosotros. Y lo llevamos a todas partes. Con sus chistes, con su música, con su mal humor, con su encanto. Irrecuparable físicamente.
Por eso la cara de Guadalupe
¿Será que el nacimiento de Jesús trajo implícita su irrecuperable pérdida? ¿Y cada 24 y 25 de diciembre sufrimos anticipadamente la nostalgia de su ausencia?
No se, la cosa es que no hay Navidad sin nostalgia.